lunes, abril 21, 2008

DERECHOS Y SÍMBOLOS


Antonio Robles
El Mundo, 20-04-2008

Paradójico. Nunca hemos tenido una sociedad catalana tan aseada en formas democráticas, pero nunca tampoco, tan excluyente. Educados somos un rato; consecuentes, lo imprescindible para que la apariencia sea rentable. La senyera hasta en la sopa, la española en la lavandería.

El pasado 4 de abril, se inauguró en Berlin la primera Delegación catalana en el exterior. El vicepresidente del Govern, Carod Rovira la presidió con ademanes de un jefe de Estado. Habló de relaciones internacionales entre “Cataluña” y “Alemania”. Nada nuevo. Y como valor simbólico, la bandera catalana en solitario. La eterna voluntad de ser.

El diputado de C’s, Pepe Domingo, que junto a otros representantes del Parlamento de Cataluña y Ayuntamientos se había desplazado para la ocasión recriminó a Carod Rovira la ausencia de la bandera española y se negó a figurar en la foto del acto en protesta por la ilegalidad. Su gesto fue ridiculizado por un representante de ERC con la gracia esa de: “la bandera española está en la tintorería”. Nadie de la delegación le arropó ni le entendió. O lo entendió demasiado y por eso calló.

Se incumplía una vez más el mandato del artículo 3 de la ley 39/1981, de 28 de octubre, por el cual “La bandera de España deberá ondear en el exterior y ocupar el lugar preferente en el interior de todos los edificios y establecimientos de la Administración central, institucional, autonómica, provincial o insular y municipal del Estado”, mandato legal que ha sido ratificado en sentencia de la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Supremo, de fecha 24/7/2007.

Cuatro días después partíamos otra delegación del Parlamento hacia Marruecos. La comisión de Agricultura, Acción rural y Alimentación, la formábamos 9 parlamentarios y una persona de protocolo. El Conseller de Agricultura, Joaquin Llena, el vicepresidente Sr. Carod Rovira y el presidente José Montilla iban por separado. Los empresarios del ramo, también. Al facturar las maletas en el aeropuerto del Prat, me di cuenta que todas ellas llevaban un lazo muy visible en el asidero. Era la bandera catalana.

Lo que les voy a contar a partir de aquí es más propio de niños de primaria que de personas adultas, pero venzo el ridículo del caso, porque estos juegos símbólicos se han convertido en ejes fundamentales de la política catalana.

Pronto me invitaron a sumarme a la identificación patriótica. Educadamente decliné. La presión fue en aumento en el aeropuerto de Casablanca. La espera en la cinta de equipaje ya fue acaso. Con buen rollito, pero acoso. Me seguí resistiendo. Me dieron incluso argumentos razonables: “la identificación del equipaje del grupo nos ayuda a controlarlo mejor”. Y entré al trapo: “Si la identificación es tan neutra, ¿cuántos de vosotros hubierais accedido a poner el lazito si hubiera sido la bandera española? La impertinencia me convirtió a sus ojos en la cabra de la legión. Tan interiorizado tienen el rechazo al símbolo constitucional español por excelencia, que el propio argumento sólo les inspiró condescendencia hacia mí. Ni siquiera se les ocurrió por qué me negaba a poner la senyera o si tal rechazo, lo era a su sectarismo con la española. Llovía sobre mojado. El gesto de mi compañero en Berlín, estaba inspirado en la defensa de los derechos constitucionales que la presencia de la bandera española representa, y su queja iba contra el soberanismo particular que imponía el vicepresidente de ERC, cuando su cargo le obliga a representar a todos los catalanes. Pero todo eso me era imposible trasladarlo a quienes consideran a la bandera española como la expresión del colonialismo español.

El primer acto del día siguiente en Casablanca reunía a más de cien empresarios catalanes y marroquíes con la presencia del presidente y vicepresidente de Cataluña, el conseller de agricultura, el embajador español, el ministro de economía marroquí, otras autoridades y el conseller de Comercio, Turismo y Consumo, Josep . Huguet, de ERC. La primera en la frente; empezó éste marcando territorio soberanista con el anuncio, que ya había hecho la semana anterior en un encuentro empresarial marroquí/catalán en Barcelona, de la conmemoración el próximo año, de los cien años del ataque con armas químicas del ejército español al Rif marroquí. El conseller independentista quiso dejar claro que los catalanes no participaron de ese genocidio ni tienen esa mentalidad. Hubo aplausos. Ahora no era la senyera, era la demagogia desnuda de un representante del Govern catalán desenterrando muertos y guerras para dejar claro que Cataluña es pacífica y amiga de Marruecos, pero no España. El embajador español ni pestañeó. En la mesa donde me encontraba, había un centro con tres banderas, la marroquí, la española y la senyera. A la española la habían arriado alguno de mis compañeros diputados. Yo la puse en su lugar. Nuevas críticas en clave lúdico, pero escarnio al fin.

A la mañana siguiente, desde la ventana de la habitación del Hilton de Rabat me di cuenta que en sus altos mástiles de entrada, ondeaban 26 banderas, también la catalana; pero no la española. Esa misma mañana pedí a protocolo una senyera. Bajé a recepción, pedí unas tijeras, doblé la cinta con la senyera por la mitad y la corté. Hice un lazo en un lado del asa de la maleta con una de las mitades y con la otra mitad recorté dos franjas rojas para sacar de ella una española y la puse en el otro extremo del asa. Me sentí ridículo al arrastrar una maleta con dos banderas atadas a su asa, ya que nunca fueron santo de mi devoción estos chances simbólicos, pero he empezado a comprender que estos símbolos representan derechos y cuando alguno de ellos se arría, se eliminan también los derechos que amparan. (“Esos trapos llamadas banderas”)

El resto del viaje fue un auténtico calvario para que algunos de mis compañeros diputados no me la desataran o quemaran con el mechero. Todo de buen royo, pero de buen royo defendí hasta el final del viaje los derechos constitucionales que amparan ambos símbolos. Senyera y española llegaron intactas a Barcelona.

Esa misma mañana, nos recibía la comisión de agricultura en el Parlamento marroquí. Presidían la reunión dos banderas inmensas, la marroquí y la catalana. Al final de mi intervención y después de haber agotado mi tiempo en la industria de energías renovables le dije desenfadadamente a quien presidía la delegación marroquí, M.Chafik Rachadi: “Les estamos muy agradecidos por la deferencia de presidir esta reunión nuestra bandera catalana junto a la marroquí, pero me sorprende la ausencia de la bandera española”. Los marroquís recibieron el comentario cómplices y risueños, mientras nuestro presidente Sr. Grau, salía al paso raudo para aclarar que en Cataluña somos muy plurales.

Al salir de la reunión, el representante de ERC, Miquel Carrillo me afeaba la conducta con malas pulgas. Le corté, no estaba dispuesto a que me impusiera lo que debía o no debía sentir, pensar o decir como representante electo de Cataluña.

Puede parecer ridícula esta pequeña escaramuza de símbolos, pero a veces uno no sabe a ciencia cierta si los muchos millones gastados por los eventos de nuestras delegaciones al exterior son para estrechar relaciones comerciales o para vender la nación catalana. (Recuerden cuando Carod Rovira se negó a participar en un acto en Israel hasta que no retiraron la bandera española, o el montaje de la Feria del Libro de Frankfurt). Ese, creo, es el verdadero negocia de la vicepresidencia que preside Carod Rovira, al menos ellos viven de él.

Antonio Robles, Diputado de C’s en el Parlamento de Cataluña.

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